En estos días de convulsiones y malas nuevas es de agradecer que con este primer libro vayamos abriendo surcos, incluso caminos. Desde aquí a todos los lectores gracias! no es fácil andar en los primeros puestos de Amazon con un sello independiente, con la única arma .. la poesía de Isla Correyero.
Y como este mundo de rapidez y cometas hace que los mensajes sean injustamente fugaces, aprovecho para recopilar los comentarios que se han vertido por las redes a propósito del libro con el agradecimiento infinito de mi parte:
- ".... la obra de la Correyero no necesita defensa, porque va bien armada. Lo único que necesita son lectores... En los tiempos que corren, es de agradecer que alguien lea y compre poesía. Si acaso, una sugerencia: léase a Isla en voz alta, en una habitación con eco, y la música irá apoderándose de la estancia. A llegar el llanto, no lo reprima. A llegar el grito, no lo reprima. Al llegar la rabia, grite. Eso es sentir, eso es leer, eso es la poesía de doña Isla." Óscar Ayala(20/02/2014)
- "Isla es una de las mejores poetas actuales, todo en ella rezuma verdad, y transcenderá en los años venideros como una de nuestras grandes poetas, dotada de un lenguaje poético propio, tan alejada del artificio y la banalidad. Hay que ser Isla para escribir con esa rotundidad, en un mundo propio, sugerente y herido, que refleja todos los mundos imaginables. Un orgullo." Cristina Rausell (21/02/2014)
- "Yo leí a Isla Correyero por primera vez a finales de los 80 cuando formó parte de la maravillosa antología Las diosas blancas, con Blanca Andreu, Ana Rossetti...Me impactaron en aquellos primeros años de carrera ,cuando aún desconocía la teoría de la literatura, y muchos aspectos formales del lenguaje poético que luego llegarían,su desgarrador lenguaje, su fuerza, su valentía poética. Leí años después Diario de una enfermera, con la carrera acabada y muchas más lecturas a mis espaldas, y sentí una emoción intensa y se descosieron todas mis costuras. Su largo silencio y el ostracismo al que ha sido sometida su obra daría mucho que hablar. Volver a leerla es, en mi humilde opinión, una alegría. No es una diletante,aunque muchos la desconozcan, es una poeta de profundas raíces, que podrá gustar más o menos, pero que no deja a nadie indiferente..." Marisa Peña (22/02/2014)
- "Yo a esta señora no la conozco personalmente. Tampoco es que tenga un interés especial por tratar con ella, ser su amigo, quiero decir. He comprado y estoy leyendo estos días "GÉNERO HUMANO", su última publicación. No lleva dedicatoria a mi nombre con su firma pues he comprado el libro por Internet. Sin embargo puedo decir que ninguna otra me conmueve más que su poesía. Muchas veces no quiero leerla, para no llorar más. Es miedo a dejar de leer a lo tonto, medio adormilado en la comodidad de lecturas más ligeras. Yo no sé cómo es ISLA CORREYERO en persona, como persona, quiero decir. Pero en el poema ella me es tan cercana que la tengo dentro golpeándome el corazón, el estómago y el cerebro.No busco su amistad -eso sería ridículo.Tengo sus poemas." José María Martínez (20/02/2014)
- "Suena ese timbre atroz de mi casa mientras mi hija duerme. Salgo con una toalla en la cabeza y el plumas encima de mI porque no me da tiempo a vestirme. El transportista de Amazon entra en mi casa y con voz baja le digo si es consciente de lo que trae en sus manos. Me dice que firme y adiós. Me he escondido en el baño para meterme en tus vísceras. Tus entrañas de más de 10 años. Quiero reír y llorar a la vez, qué me aconsejas? No paro de preguntarme porque coño eres tan rápida en transportarme a otro mundo y no me concentro en mi lectura.Eres una transformadora de vidas, jamás el arte tuvo mas sentido que contigo. Estremecerme es poco cada vez que pienso que conozco tu voz, tus manos y tus pinzas para el pelo. La portada de mi nueva vida durante mis próximas noches y siestas de Telma es azul. No podía ser de otra manera.Tú. GÉNERO HUMANO" Aran Jesús (05/02/2014)
- Y como colofón este poema de Jorge G. Molinero (15/02/2014)
Isla Correyero me llena
el panteón familiar de muertos
que dicen hola y guiñan el ojo.
Me muestra un azul que es color
de muerte y no
de los poetas. Y tengo tantos muertos ya
en las 30 primeras páginas que
se amontonan muertos azules en mis párpados,
en las rótulas de los relojes de pared e incluso
se cocinan ellos solos en el microondas, dejando
un aroma fúnebre por la casa que se adhiere
a las cortinas y convierte en sala 1 del tanatorio la cocina,
en sala 2 el baño perfumado con bolas de alcanfor
que son ojos de muertos. Ojos que miran
al vacío de la nevera con apenas lonchas de fiambre.
Y de la mano los muertos me llevan a la cama,
me cantan nanas con voz de muertos que sólo
saben los muertos, pues las nanas de los vivos, dicen,
las usan ellos para las noches de borrachera
cuando alguien cae la última botella de sus torpes
manos huesudas y etéreas de muertos.
En fin, tantos muertos que aún no tengo; no son
las pesadillas, el bisbiseo de los muertos los que
me impiden dormir, si no el constante tocar madera
para alejar guadañas azules del panteón familiar.
Y siguen lejos, agonizantes de ayeres perdidos,
en el reconfortante frío del acero, los muertos
muriendo en quirófanos y en toboganes infantiles.
el panteón familiar de muertos
que dicen hola y guiñan el ojo.
Me muestra un azul que es color
de muerte y no
de los poetas. Y tengo tantos muertos ya
en las 30 primeras páginas que
se amontonan muertos azules en mis párpados,
en las rótulas de los relojes de pared e incluso
se cocinan ellos solos en el microondas, dejando
un aroma fúnebre por la casa que se adhiere
a las cortinas y convierte en sala 1 del tanatorio la cocina,
en sala 2 el baño perfumado con bolas de alcanfor
que son ojos de muertos. Ojos que miran
al vacío de la nevera con apenas lonchas de fiambre.
Y de la mano los muertos me llevan a la cama,
me cantan nanas con voz de muertos que sólo
saben los muertos, pues las nanas de los vivos, dicen,
las usan ellos para las noches de borrachera
cuando alguien cae la última botella de sus torpes
manos huesudas y etéreas de muertos.
En fin, tantos muertos que aún no tengo; no son
las pesadillas, el bisbiseo de los muertos los que
me impiden dormir, si no el constante tocar madera
para alejar guadañas azules del panteón familiar.
Y siguen lejos, agonizantes de ayeres perdidos,
en el reconfortante frío del acero, los muertos
muriendo en quirófanos y en toboganes infantiles.